lunes, 20 de agosto de 2012

Bruguelandia, el tebeo para frikis de los 80

En 1980 la editorial Bruguera hizo un auténtico regalo a sus lectores más curiosos, aquellos que se preguntaban qué había tras las páginas de sus autores más célebres o incluso cómo eran aquellos artistas. "Bruguelandia" vino a profesionalizar los fanzines comiqueros que, tímidamente, aparecieron en Madrid, Barcelona y Valencia y que en los 90 tuvieron su época de eclosión.
A iniciativa de Miguel Pellicer, responsable de publicaciones infantiles de la editorial, y con la complicidad de la redactora jefe Ana María Palé, se construyó un tebeo que era algo más, un repaso desordenado por la historia de Bruguera y sus gentes (de papel y reales). Cada portada de Raf, Vázquez, Ibáñez o Schmidt era una celebración de aquella gran familia de varias décadas de antigüedad.
Lo que comenzó como una revista trimestral se convierte al poco tiempo en mensual, con ese ritmo se incorporan más personajes (nuevos y viejos) a las páginas "normales" y los cuadernillos históricos centrales amplían su información aunque también es cierto que pierde ligeramente su identidad, como le sucede a todas las publicaciones de la Casa por aquel período.
Sin duda, para los aficionados a la historieta la sección preferida era el cuadernillo, "Cómic Story", comandado por el guionista Armando Matías-Guiu que entrevistaba a los autores o, en el caso de que hubiera fallecido, escribía una pequeña biografía además de seleccionar las páginas más representativas de su carrera.
Este era el aspecto que presentaba uno de los reportajes de los Cómic Story, en este caso sobre el grandísimo Peñarroya. Algunas de las joyas inéditas recuperadas del archivo (diezmado) de Bruguera fueron los bocetos de Ibáñez para las primeras historias de Mortadelo y Filemón o la historia de Doña Urraca censurada en la página 18 porque algunas de las brujas de Schmidt habían "sobrepasado lo publicable". Seis años duró esta aventura, hasta que la propia editorial cerró. Hoy en día estos tebeos son carne de librería de viejo. A mí, tierno infante que pilló la mayoría de sus números en tiendas de pueblo donde las revistas llegaban con bastante retraso y se quedaban hasta que se vendían, me enseñaron a amar este mundillo al que,incluso, quise dedicarme... cosas de la vida.

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